14.5.11

El volátil uso de la mierda de las palomas

En la rue du vieil renversé, a tres adoquines de la acera de enfrente, con puerta verde e interfono gris, existe una habitación con cocina y cama que es donde vivo. Justo en el primer piso, a donde da mi ventana, consumo cigarrillos mientras los turistas pasan y me miran con cierta envidia. Aunque no todos.

Yo, desde el mismo enorme ventanal, veo descargar la lluvia como si en mi país fuera septiembre, y no dejo de pensar en el amor mientras se consumen con alegría los cigarrillos. El amor que yo encuentro es entusiasta, poderoso, incluso imaginativo, y su mayor particularidad consiste sin duda en que nos hace olvidar la pesada losa del tiempo, justo, lo mismo que el sexo, sólo que con mayor intensidad.

Anoche, mientras dormía escuché un grito: -¡Aaaaah!- Y temblaron los cristales. Me levanté sobresaltado y miré. Tan sólo un metro por debajo de donde estaba, dos mujeres (de entre un grupo más amplio) se tiraba literalmente de los pelos. Con tacones altos, y vestidas como putitas de noche que ofrecen su cuerpo al más viril galán del local de moda, se abrazaban a empujones hasta que una de ellas fue a dar de cabeza contra un escaparate de vidrio. De repente, el griterío del grupo, y el resto que se acercaban, aumentó de intensidad. Como un gol de Leo Messi. La cara sangraba, el cristal destrozado, milagro no haberse dejado abierta la garganta o las tripas allí mismo, a un par de metros de mi ventana. Dos hombres las sujetaron, vinieron otras; la policía, una ambulancia, incluso pararon la música de algún club de la zona. La gente curioseaba, hablaba entre si, algunos ebrios incluso reían ante la escena.

Yo, con mi tercer cigarrillo en boca bajé con curado esmero unas toallas y una manta en pijama y medio en bolas. Me acerqué a la herida, vi que pronto le dolería más el alma que aquel pequeño corte, y me decidí a preguntarle en francés que había sucedido. Solamente alcanzó a decir:
-Julien, j'aime Julien- Y continuó tapándose la cabeza con una de mis mejores toallas.

Julien era un tipo delgado y con el pelo largo al que abandonó la multitud, como se abandona a un condenado; allí en medio se formó un círculo entre las dos mujeres y él. Como con el corazón en la boca y resignado le dijo a la mujer herida: -pero, yo estoy con Gabrielle- Y señaló con la mirada a nuestra segunda protagonista mientras su cara se convertía en una gran mueca.

El asunto quedo zanjado. Pelea de dos mujeres por un hombre, cuánto el mundo ha cambiado. Era mucho más civilizado hace doscientos años cuando, tras arrojarse un guante en la cara, el lío acababa con dos pistoletazos, es cruel pero es mejor que destrozar, aunque sólo sea por amor, el mobiliario urbano. Ésto escuché en el boletín de la radio que reflejaba el hecho de ayer, mientras limpiaba la mierda de las palomas de mi ventana con cigarrillo en boca, y viendo pasar a los turistas avispados. Algunos me miraban, otros no tanto.

Nacho Huertas

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