2.3.11

Ventanas

Hay que ser escuetos, breves. Dos veces breves, tres si se puede. El tiempo corre apresurando los pasos de nuestros pies, por eso mismo hay que ser breves. Dos veces breves.

Acera para todos, nos cruzamos a miles sin levantar la vista más allá de los hombros, y parece que los ojos sean la antesala de la muerte. Justo la antesala. Miren ustedes sus correos, repasen sus cartas, abran sus ordenadores y saluden efusivos con chorradas a supuestos amigos a miles de kilómetros. Todos pensamos que soñar es barato, cuando en realidad nada tan caro compró jamás el hombre.

Amigos no hay amigos y enemigos somos todos, pero el vecino más que otro. Nadie conoce a nadie, todos dan lo mismo. Yo importo pese a todo, pero soy tan estúpido que creo que puedo vivir conmigo mismo, y sin nadie.

Al pasar la nariz por la cortina de la sala, olí como a viejo, más, a centenario de paredes que han vivido más de lo buscado. El barniz de los muebles trajo recuerdos de restaurantes franceses con pequeñas mesas, casi tan diminutas que eran para dos sólo, y jarras de buen vino de la casa, mientras un acordeón acariciaba los nidos de los pájaros que los árboles nos sonaban. Pasaron tantos recuerdos en un instante que la vida debió beber tanto que paró lo llamado mundo donde quiera que nos encontráramos. Miré el tejado, y la blancura inexacta de sus relieves bordearon su figura en mi memoria a modo de escultor pisano. Entré en el cuarto, y la frialdad del vacío se escapó cuando, tumbada en la bañera, cubierta justo hasta los pechos, te girabas para sonreír al recién llegado. Soñé que soñaba que los sueños eran tan malos sólo si quien los tenía se despertaba soñando. Recé, con los ojos fuertes cerrados, que al abrirlos allí estuvieras y los sueños fueran lo que a muchos infelices los mantiene esperando. Pero no. Hay que ser escuetos, breves. Dos veces breve. Tres si se puede. El apartamento vacío y huesudo se burlaba de mi memoria que, triste y tímida, luchaba por traer recuerdos baratos. Pero el apartamento se burlaba. Jamás odié tanto unas paredes blancas, ni a dos ventanas y un sol, ni a un mundo y sus ocupantes que no eran más que culpables de arrancarte de mi lado. Tu vente conmigo, y que se joda el resto.

NACHO HUERTAS

El último piso

Él entró después en el ascensor y se puso delante. Íbamos los dos al último piso. Yo le ofrecí mi mejor sonrisa, pero él me dio la espalda y pulsó el botón. Pensaría en sus cosas. El movimiento ascendente acentuó mi excitación. Olía bien, pelo rubio y corto, y su cuello se ofrecía desnudo ante mis ojos. Actué sin pensar, y me acerqué despacio, su respiración se acentuó incómoda mientras la mía acariciaba su nuca segundos antes que lo hicieran mis labios. Lamí despacio el costado de su cuello, él seguía sin decir ni hacer. Yo me sentí mojada y mis pechos eran fuego. Le rocé la espalda de su camisa fina con mis pezones y lanzó, ahora si, un aullido placentero. El juego ya me poseía por completo mientras deslizaba lentamente mi mano a la parte delantera de su pantalón. Su pene estaba duro como una piedra, y no pude evitar cogerlo con fuerza y obligarle a que por fin se diera la vuelta. Él cedió, dejándose arrastrar por su miembro y mi mano. Le vi la cara. Me puse de rodillas y lamí despacio tres o cuatro veces hasta que lo cubrí por completo con mis labios. Me corrí al notar todo su órgano en mi boca. Algo después, mientras salíamos del ascensor hacia el apartamento, le dije: -somos viejos para esto, cariño. Perdonen los pecados.

NACHO HUERTAS

¿índice o pulgar?

Con el dedo índice retiré el pelo de su frente y sus ojos azules me deslumbraron. Con el pulgar rocé su mejilla deteniéndome en la comisura de unos labios que, en forma de sonrisa tímida, decoraban en maravilla. Bajé por el cuello y un pellizco-masaje la liberó del estrés acumulado. Se tumbó en la cama en forma de barca. Mi índice atacó de nuevo zigzagueando en su escote hasta acariciar sus senos. Un aullido de placer, y sus pezones se mostraron firmes, dispuestos, erectos. Me detuve a la derecha y el pulgar jugaba con el botón rojo una y otra vez. Bajé su cremallera con la profesionalidad de un cirujano, el vestido negro se retiró derrotado al suelo y su cuerpo amenazó excitación bajo un minúsculo tanguita rojo. De los senos a las caderas dibujé corazones palpitando, y mi lengua campeó a sus anchas. La comisura de su tanga penetré con el dedo mientras sus movimientos en la cama pedían cada vez más acción. Se lo quité despacio, primero la cadera a un lado, luego al otro, y el Monte de Venus se convirtió en objetivo. Bajé dulcemente con el índice hasta abrir los labios. Su sexo se ofrecía ardiente a mis manos. El pulgar ayudó, y el corazón entró en combate. Se deslizó suavemente en su interior, mientras un grito de placer se perpetuaba en el ambiente.

NACHO HUERTAS

besos, besos y más besos

Delatas textura incierta. Asumes pesadas cargas que pesan. Arropas viejas fotos de sensibilidad pasajera. La perfección no es ni más ni menos que armonía. No sólo la música, también las palabras celebran su vuelo con candiosa melodía. Objetivos; leer y cantar paz o guerra al mismo tiempo. El cine no entiende de obras corales de semejante envergadura, créanme, lo bueno es difícil, y cuanto más difícil más bueno. Es nuestra condena, hasta los sabios lo saben, y respiramos todos por ese objetivo.

No basta con crear (y vender es para estúpidos graduados en Columbia), sino que hay que crear para algo, el objetivo es lo que se perdió por el camino del progreso. No basta con cambiar, hay que romper con lo establecido. El absurdo anda cerca.

besos, besos y más besos

NACHO HUERTAS