Nada era normal; de improviso, Carla dejó su cuaderno y movió su pequeño cuerpo hacia donde yo estaba. Acercó en exceso su rostro al mío y a partir de ahí ya no albergué dudas:
- ¿Por qué no me dejas que te bese con el amor que siento hacia ti?- Me susurró. Yo, todavía con el rostro incrédulo respondí;
- ¿No entiendo?¿Qué le sucede? ¿Está usted bien?- Demasiado bien es lo que estaba. Dijo:
- No seas tonto, deja que nuestras manos y nuestros labios se crucen y acerquémonos unidos al amor. A ése profundo y sincero que sólo dos animales heridos como tu y yo pueden alcanzar. Somos los privilegiados. Vayamos a ese amor con sexo de un sábado tarde de lluvia en la ventana. ¡Que todos oigan nuestros gritos! Y esos aullidos serán la salida del infierno y la llegada al ansiado paraíso sin dolor. Tu mano debajo de mi blusa puede recorrer caminos inconclusos que te rodearán de perfumes y flores.- Cogió entonces mi mano y la puso sobre su pecho. Agregó:
- Además, Nacho, si consigo que sobre tu triste espalda resbale una gota de sudor de invierno en la cama; si logro arrancar de tus entrañas la lencería de otras, te aseguro entonces que todo habrá acabado y serás otra vez sano para siempre jamás.- Yo, con voz temblorosa no pude más que agregar:
- E..stá bien, pero ¿aquí o en mi casa?- Y ella respondió ágil:
-Siempre donde nos lo pida el cuerpo Nacho, donde nos lo pida el cuerpo...-
-Entonces- le dije atraiéndola a mi; -quítese la falda.-
Nacho Huertas.
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