14.5.11

amor y diván

Ayer era viernes. Hasta cierto punto es normal después de un jueves. Fui por la mañana a la consulta de mi psiquiatra como las tres veces anteriores. Con normalidad. Entré, saludo a Carla (al principio doctora, ahora ya Carla) y me senté en el diván de manera automática. Empecé con las pequeñeces cotidianas y a partir de ese instante nada fue normal. Entiendo que hasta cierto punto, entraría dentro de la lógica moderna que un paciente se pueda enamorar; pero lo que no me parece arreglado es que el médico se deje seducir por el paciente; Carla olía ayer mejor que antes, y desde el diván (mirando la pared) pude apreciar a ratos que sus ojillos me miraban con especial dulzura; una mujer tan mayor (cincuenta y ocho me dijo después) debe de haber sentido sin duda un cariño maternal hacia mi, pensé. Pero me equivocaba, como siempre se equivocan los hombres en esto del amor, cuando no llegan tarde.

Nada era normal; de improviso, Carla dejó su cuaderno y movió su pequeño cuerpo hacia donde yo estaba. Acercó en exceso su rostro al mío y a partir de ahí ya no albergué dudas:

- ¿Por qué no me dejas que te bese con el amor que siento hacia ti?- Me susurró. Yo, todavía con el rostro incrédulo respondí;

- ¿No entiendo?¿Qué le sucede? ¿Está usted bien?- Demasiado bien es lo que estaba. Dijo:

- No seas tonto, deja que nuestras manos y nuestros labios se crucen y acerquémonos unidos al amor. A ése profundo y sincero que sólo dos animales heridos como tu y yo pueden alcanzar. Somos los privilegiados. Vayamos a ese amor con sexo de un sábado tarde de lluvia en la ventana. ¡Que todos oigan nuestros gritos! Y esos aullidos serán la salida del infierno y la llegada al ansiado paraíso sin dolor. Tu mano debajo de mi blusa puede recorrer caminos inconclusos que te rodearán de perfumes y flores.- Cogió entonces mi mano y la puso sobre su pecho. Agregó:

- Además, Nacho, si consigo que sobre tu triste espalda resbale una gota de sudor de invierno en la cama; si logro arrancar de tus entrañas la lencería de otras, te aseguro entonces que todo habrá acabado y serás otra vez sano para siempre jamás.- Yo, con voz temblorosa no pude más que agregar:

- E..stá bien, pero ¿aquí o en mi casa?- Y ella respondió ágil:

-Siempre donde nos lo pida el cuerpo Nacho, donde nos lo pida el cuerpo...-

-Entonces- le dije atraiéndola a mi; -quítese la falda.-


Nacho Huertas.

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