28.6.10

Sitios y lugares

Llegaba con prisas, sólo dos días y visita rápida a un viejo amigo de cerveza y sábanas. En el aeropuerto, ante la duda si besar la mejilla o los labios, optó por lo último pensando en lo rápidas que vuelan cuarenta y ocho horas. Venía del frío de un febrero europeo y pisaba la costa mediterránea española con ansioso brillo en sus ojos. Un sol dueño absoluto del cielo la esperaba sobre la figura esbelta de su amigo.

 

En el taxi, sonrisas tímidas pasaron a ser cómplices cuando sus manos se rozaron. Ella no podía olvidar que jamás imaginó que el simple olor de aquella piel ya familiar en su cabeza, su leve cercanía a él, le produjese tanta tensión sexual. Era algo a lo que dejó de tratar de resistirse hacía ya tiempo. Era pura química, un roce y las chispas saltaban.

 

Llegaron a su casa y él continuaba hablando de actualidades del país mientras ella pensaba desde hacía mucho en una sola cosa; que le quitase la ropa, que la tocase con aquellas manos que añoraba, que esos labios rozaran cada centímetro de su piel, dejarse llevar, olvidarse del Universo....

 

En el ascensor llegaron los primeros juegos de manos que impusieron seriedad y pasión. Él siempre entendía bien el juego. Entraron al piso, se cerró la puerta, y ambos se dejaron caer en el pasillo quitándose la ropa con el extraño oficio de no despegar para nada los labios. Fue tan espontáneo y sexual, que la maleta quedó fuera. Él tumbó su espalda en el suelo y abrió con fuerza sus brazos alcanzando con cada mano una de las paredes del corredor. Ella, conjugando su sexo en presente de indicativo, se enroscó con sus brazos entre los del otro, dejando la boca en su cuello, y lanzando suspiros de pasión suave y desmedida en su oído.

 

Recogieron la ropa del suelo, y se acordaron de la maleta entre risas. Entraron en el salón, que ella muy bien conocía, y él se fue a preparar té. Ella abrió el precioso balcón que daba a la céntrica calle y respiró, satisfecha de haber venido, ese aroma de calor primaveral. Él la sorprendió con un abrazo por la espalda, y ella respiró fuerte de nuevo mientras cerraba los ojos. Luego, como actuando ante una platea de transeúntes ensimismados, se dio la vuelta y sus rostros se rozaron. Se besaron sutilmente mientras se quitaron la poca ropa que les quedaba. Entraron con prisa al salón y la tierna alfombra les salvó del suelo esta vez. Ella de espalda, apoyada sobre sus manos y sus rodillas, dieron ocasión a que él se deleitara con aquel hermoso culo, con esa espalda pequeña y alargada, con ese sexo en agua....

 

Salió a tomar una ducha y la dejó relajada en la alfombra. Ella terminó su cigarrillo y, al pasar una de sus manos por el vientre, se dio cuenta de que aún tenía ganas, era tal la plenitud en la que se encontraba que se asustó un poco. Le sorprendió en la ducha, y le enjabonó. El agua tibia era un regalo. Empezó a acariciarle sutilmente con las manos llenas de gel, como una muestra de agradecimiento, él la hacía sentirse tan bien... hasta que llegó al sexo. Éste empezó a responder a sus caricias, ella subió el ritmo del agua y se deslizó amablemente hasta que su lengua alcanzó la costura de sus huevos, luego subió, con la lengua enroscando su pene, y acto seguido sus labios succionaron con nobleza. 

 

Abrió el frigorífico y no quedó sorprendida cuando vio la inmensa fuente llena de fruta. Sabía de la pasión de su amigo por las propiedades (nutritivas y eróticas) de unas buenas manzanas brillantes, cerezas bien rojas, melocotones ásperos.... Optó por las cerezas, y las machacaba entre sus dientes saboreando, más que su sabor algo amargo, su textura. De repente, vio como él la observaba desde la puerta de la cocina. Unas risas propusieron el acercamiento. Sin mediar palabras, y esta vez con gestos algo fuertes, él la levantó hasta acostarla sobre el mármol y le levantó su falda. Besó sus pies; luego sus rodillas, a continuación sus muslos, ella ya empezaba a ceder cuando llegó a su clítoris, lo mordió con arte... Gritos con dosis de dolor/placer/entusiasmo corrieron por las baldosas, y otra vez dejarse llevar...

 

El fin de semana había pasado más veloz de lo que hubiera jurado, pensaba desde el avión de regreso. Volvían, irremediablemente, pensamientos rutinarios que le esperaban de nuevo en el frío de su ciudad; un marido ausente, como abstracto, al que solo unía a esas alturas el pago de una hipoteca y sus dos niñas. Se puso melancólica como los perros que de noche ladran, quizás una vida que no había elegido del todo, que más bien la había elegido a ella. Aunque no se arrepentía. Es lo que hay, y pensó en el próximo fin de semana que tendría otra conferencia en Barcelona.

 

PD: Hay lugares y sitios. Me explico: en los lugares se hace el amor mientras en los sitios se folla, personalmente prefiero los primeros, me producen infinitamente mayor satisfacción. Sin comparación posible.

 

NACHO HUERTAS 

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