24.5.13

York, champaña, ojos


El champaña llega a la 308. Me levanto ansioso hasta la puerta y un camarero joven y sonriente me medio felicita tras la propina de 20 dólares. Mientras, yo le cierro con desparpajo en las narices y me giro con la botella cavernet entre las manos para verte. Tu, que anoche fuiste capaz de pararme el tiempo, apenas sales de la ducha con un albornoz de hotel blanco y mirando al suelo. Puede que te sientas culpable. Puede que algo haya cambiado. Lo confirman los besos, ya no son como los de antes; lentos, leves, intensos y frágiles. Trato de que nos socorra el alcohol y sirvo dos copas, es el mismo cabrón que unas horas antes nos arrojó a los brazos del otro, pero ya no actúa igual. Lo noto, y sé que tu lo notas, aunque a pesar de eso ambos finjamos que todo sigue igual. Y te beso.

A mi, la sangre me hierve lo mismo porque he desechado la mala conciencia sin decirle nada a nadie, lo hice anoche, justo cuando dejamos a tu Javier en casa y me pediste que te llevara, mientras me mirabas quemando los ojos y el alma del que escribe. Pero ahora se trata de salir del envite, de no pasarlo mal, de no dejarnos vencer por el sabor amargo y perverso de los besos y el sexo prohibido.

Sé, o imagino, que no se volverá a repetir lo de anoche, me lo dicen tus gestos inseguros y arrepentidos, y yo capto el mensaje. No seré quien te ponga en apuros, aunque para mi fuese algo especial y sincero que había soñado años y noches a solas. Mejor nos vestimos, es tarde. Si, tienes razón, es lo mejor, y me jodo mientras el mundo me gana el pulso y debe volver a rodar.

A la salida, dos manzanas antes de tu casa, un beso medio en la mejilla y ninguna mirada a los ojos buscándonos lo peces que fuimos en un pasado. Y un golpe fuerte de una puerta que se cierra, es la del coche, pero la siento intensa como si mi corazón cayera poco a poco hecho pequeños cristales imposibles de recomponerse jamás, y tu cintura de espaldas, alejándose, sin sentir la misericordia de un saludo, cualquier gesto, algo que yo pueda significar continuo para seguir viviendo.

Son las nueve, ya tarde, la cena no pasó de mi garganta y se la cambio por bourbon al mismo camarero de la sonrisa, aunque éste ya no ríe a pesar de la propina. Mejor continuo en la habitación, no me apetece gente y ruido, quiero acabar con la botella y los cigarrillos americanos antes de que las lágrimas que guardo de niño me ganen el territorio. Al poco suena la puerta, dos golpes suaves, y abro, y me dices a los ojos; esto es lo que hay... mientras me besas.

PD: ¿Qué hago? ¿Maldigo New York?

Perro Delgado & Malacara

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