2.3.11

El último piso

Él entró después en el ascensor y se puso delante. Íbamos los dos al último piso. Yo le ofrecí mi mejor sonrisa, pero él me dio la espalda y pulsó el botón. Pensaría en sus cosas. El movimiento ascendente acentuó mi excitación. Olía bien, pelo rubio y corto, y su cuello se ofrecía desnudo ante mis ojos. Actué sin pensar, y me acerqué despacio, su respiración se acentuó incómoda mientras la mía acariciaba su nuca segundos antes que lo hicieran mis labios. Lamí despacio el costado de su cuello, él seguía sin decir ni hacer. Yo me sentí mojada y mis pechos eran fuego. Le rocé la espalda de su camisa fina con mis pezones y lanzó, ahora si, un aullido placentero. El juego ya me poseía por completo mientras deslizaba lentamente mi mano a la parte delantera de su pantalón. Su pene estaba duro como una piedra, y no pude evitar cogerlo con fuerza y obligarle a que por fin se diera la vuelta. Él cedió, dejándose arrastrar por su miembro y mi mano. Le vi la cara. Me puse de rodillas y lamí despacio tres o cuatro veces hasta que lo cubrí por completo con mis labios. Me corrí al notar todo su órgano en mi boca. Algo después, mientras salíamos del ascensor hacia el apartamento, le dije: -somos viejos para esto, cariño. Perdonen los pecados.

NACHO HUERTAS

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